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Enamoradas del asesino

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LECrim

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El 2024 cierra con una de las imágenes más extrañas que pueden habitar la mente colectiva: la policía custodiando a un joven de 26 años, apuesto y aparentemente de buena familia, sospechoso de asesinar a uno de los empresarios más poderosos de la industria aseguradora de salud en Estados Unidos. Luigi Mangione, detenido el pasado 10 de diciembre, se ha convertido en la nueva sensación de las redes, eclipsando incluso al otro Luigi más famoso del mundo —el mítico personaje de gorra verde y bigote frondoso de Nintendo— y asumiendo, en el imaginario colectivo, el papel de antihéroe moderno. Pero ¿qué hay detrás de esta fascinación?

La historia de Mangione no es un caso aislado. La psicología lleva años analizando el fenómeno de la enclitofilia, esa atracción —principalmente de mujeres, aunque no de forma exclusiva— hacia asesinos y criminales. Desde Ted Bundy hasta Richard Ramírez, pasando por Charles Manson, Jeffrey Dahmer, los hermanos Menéndez o figuras menos conocidas como Tiago Henrique Gomes da Rocha o Wade Wilson, hay un largo listado de homicidas y delincuentes violentos que han despertado el interés, el deseo y hasta el amor de un público que decide ignorar la brutalidad de sus actos a favor de una construcción idealizada.

Mangione es, en estos momentos, el epicentro de un torbellino mediático que condensa estas dinámicas. Su caso toca múltiples fibras: la justicia social, el morbo, la apariencia física del sospechoso, la necesidad de entender el crimen y la creciente fascinación por el true crime, género que, impulsado por series, podcasts y documentales, ha potenciado el interés popular por el perfil psicológico del asesino. Así, la historia de este estudiante brillante, con orígenes acomodados, un pasado sin tacha y un crimen simbólico —tres balas con palabras grabadas que aluden al funcionamiento perverso de las aseguradoras— se alinea con una narrativa atractiva para quienes buscan en el criminal una especie de justiciero o vengador.

El caso Luigi Mangione: de desconocido a antihéroe en dos días

Luigi Mangione fue detenido el 10 de diciembre acusado de asesinar a Brian Thompson, el consejero delegado de la gran aseguradora estadounidense UnitedHealthcare. El supuesto modus operandi no tardó en filtrarse a la prensa: Mangione habría disparado tres veces a la víctima con balas en las que estaban grabadas las palabras Deny, Defend y Depose (negar, defender y deponer), términos que en la jerga legal estadounidense suelen relacionarse con las tácticas de las aseguradoras para evitar compensar a pacientes, negar cobertura o aplazar resoluciones.

La historia no termina ahí. El detenido provenía de una familia adinerada y conservadora, había estudiado en una universidad de élite y su vida digital —su música en Spotify, sus supuestas fotos íntimas, su perfil en Tinder— había quedado a merced del escrutinio público. Antes, para entender el perfil de un acusado, era necesario esperar a juicios, entrevistas exclusivas o expertos psiquiatras que analizasen la mente del criminal. Hoy, un vistazo a su playlist de Spotify, una cuenta de Instagram o unas capturas (falsas o verdaderas) de supuestas conversaciones puede alimentar mitos en cuestión de horas. Es difícil distinguir entre hecho y ficción, especialmente bajo la lógica de las redes, donde cualquiera puede fabricar evidencias.

La figura de Mangione encierra una paradoja: el “antihéroe” que mata al “villano corporativo” y se convierte en “héroe” para muchos. Algunos lo ven como el chico atractivo que enfrentó a las grandes estructuras, otros, como un psicópata glorificado. Por si fuera poco, el contexto actual es propicio: 2024 ha sido el año en que el Oxford Dictionary eligió “brain rot” (podredumbre mental por sobreexposición a contenidos tóxicos en redes) como palabra del año. El caso Mangione ilustra ese daño cultural: se emite un suceso criminal y el mundo virtual responde con memes, teorías conspirativas, compilaciones de fotos, especulaciones sobre su vida sexual o su ideología. Todo ello, en un caldo de cultivo perfecto para la desinformación.

La fascinación histórica por el criminal

La atracción hacia asesinos no es un fenómeno nuevo. La literatura y el periodismo clásico ya lo recogían. Truman Capote se dejó seducir por los criminales protagonistas de A sangre fría hasta el punto de que su propio juicio sobre los hechos se volvió materia de debate. Más recientemente, el productor Ryan Murphy ha convertido la fascinación por asesinos y casos mediáticos en una fórmula televisiva de éxito. Sus series sobre O.J. Simpson, Andrew Cunanan, Jeffrey Dahmer o los hermanos Menéndez han reabierto la puerta a una representación más empática y esteticista del criminal, presentándolos con atractivo visual, matices psicológicos y entornos estilizados. Esta humanización de la barbarie aviva la curiosidad del público, que combina horror con empatía, y en algunos casos, incluso admiración.

Pero la admiración por asesinos tiene también un componente patológico, en algunos casos clínicamente descrito como enclitofilia. Esta inclinación puede manifestarse de múltiples formas: desde sentir “pena” por el victimario y encontrar justificativa moral en sus acciones, hasta fantasear con tener una relación sentimental con él. Las redes sociales han convertido este fenómeno en algo global, inmediato y, en buena medida, descontrolado.

Enclitofilia: cuando el asesino seduce

El término enclitofilia se emplea para describir la atracción que algunas mujeres sienten hacia asesinos y delincuentes violentos. Este interés, desde el punto de vista psicológico, ha sido motivo de estudio por años. ¿Qué impulsa a alguien a sentirse atraído por un individuo que ha cometido atrocidades?

Los expertos mencionan varias posibles causas. Una de las más comunes es la noción de que estos criminales, lejos de ser monstruos unidimensionales, poseen una humanidad compleja que despierta empatía. John Schwenk, coleccionista de arte y objetos relacionados con asesinos, sugiere que lo que hace a estos criminales “reversamente atractivos” es precisamente su humanidad: el hecho de que puedan mostrar una cara “normal” —inteligencia, carisma, sensibilidad— a pesar de sus actos brutales.

Hay otro factor: la búsqueda de notoriedad y la fascinación por lo prohibido. El criminal atrae porque se sale de la norma, quiebra la moral establecida y, sin embargo, no deja de ser humano. Esta contradicción genera una tensión erótica, un “morbo” que despierta el deseo. Además, la narrativa del “monstruo” con un trasfondo social o psicológico que lo empuja a la acción violenta puede ser interpretada, erróneamente, como un acto de rebeldía o justicia poética por parte de algunos admiradores.

Criminales “queridos”: del pasado al presente

La historia está llena de casos en los que asesinos han recibido atención y afecto inusitado. Ted Bundy, uno de los asesinos seriales más conocidos de la segunda mitad del siglo XX, tenía clubes de admiradoras que asistían a sus juicios, lo visitaban en prisión y hasta mantenían correspondencia amorosa con él. Su atractivo físico y su encanto personal eran tan potentes que la prensa lo describía como un joven educado y simpático, a pesar de que sus crímenes incluían violaciones, asesinatos y necrofilia.

Charles Manson, con su “Familia Manson”, fue más allá: no solo despertó la devoción de seguidoras, sino que las jóvenes que le admiraban adoptaron su discurso, amenazaron a la Corte durante su juicio y llegaron a considerarlo un líder espiritual. Jeffrey Dahmer, el “caníbal de Milwaukee”, se convirtió en objeto de un extraño culto posterior a su muerte, potenciado por las series de televisión y documentales. Hubo mujeres que lo describían como “atractivo” e “interesante”. La cantante estadounidense Ariana Grande incluso llegó a bromear con la idea de cenar con él, un gesto que causó polémica por la normalización cultural del horror.

Los hermanos Menéndez, que asesinaron a sus padres supuestamente tras años de abusos, también generaron atención romántica. A pesar de que ambos están sentenciados a cadena perpetua sin libertad condicional, han encontrado el amor detrás de las rejas. Cartas de admiradoras los llevaron a relaciones sentimentales e incluso matrimonios en prisión. Algo parecido ocurrió con Richard Ramírez, el “Acosador Nocturno”, quien exterminó a 14 personas y sin embargo recibió cartas de amor y acabó casándose con una de sus admiradoras. Tiago Henrique Gomes da Rocha, el asesino en serie brasileño que confesó 39 crímenes, también provocó que mujeres hicieran fila, a pesar de no tener permitido recibir visitas, para verlo en prisión.

Wade Wilson, asesino estadounidense condenado a muerte en 2024, fue otro ejemplo contemporáneo de “asesino guapo”. Algunos colectivos llegaron a pedir que no se llevara a cabo la ejecución, esgrimiendo la injusticia del sistema o incluso argumentando que su atractivo físico le hacía “digno” de vivir. En estos casos, la lógica se subvierte por completo: en lugar de la víctima, el victimario recibe atención, clemencia y hasta admiración.


Luigi Mangione: la actualización del arquetipo

El caso de Luigi Mangione, por su parte, parece actualizar la fórmula. Estamos ante un sospechoso de asesinato que irrumpe en la escena mediática a la velocidad de la luz. Su historia se filtra en redes sociales y prende la chispa del imaginario colectivo. Mangione podría encarnar la figura del “vengador”: un chico atractivo, culto, proveniente de la élite, que supuestamente se ha enfrentado a una de las grandes corporaciones de la salud estadounidense. Como si fuera un anti-Charles Manson, sin secta ni discurso mesiánico, pero con una causa que muchos interpretan como justa: denunciar la podredumbre del sistema sanitario más caro del mundo.

En este sentido, Mangione se convierte, a ojos de algunos, en un héroe moderno que se atrevió a hacer lo que otros no. Sus supuestas listas de reproducción en Spotify, su cuerpo entrenado, las fotos de su día a día, la chaqueta verde de Levi’s que llevaba cuando lo identificaron las cámaras de vigilancia —y que ahora se ha agotado en tiendas online—, todo suma a la narrativa. Como señala el escritor Paul Pen, el personaje de Mangione lo tiene todo para ser el asesino literario perfecto: carisma, inteligencia, un trasfondo personal con dolores crónicos de espalda, balas grabadas con palabras que encierran un mensaje simbólico, y una causa aparentemente justa.

La admiración hacia Mangione, que aún no ha sido declarado culpable por un juez, se muestra en las redes. Sus abdominales son motivo de suspiros, su supuesto perfil en Tinder provoca morbo, sus presuntas fotos íntimas se buscan con ansia. El público quiere acceder a su intimidad, comprender sus razones, o simplemente contemplar su figura. Mientras tanto, las víctimas —en este caso el millonario asesinado y el sistema que lo respalda— quedan difuminadas, invisibilizadas. La narrativa potencia el espectáculo.

La responsabilidad de las redes y la “brain rot” social

Este caso estalla en un contexto en el que las redes sociales lo impregnan todo. Cualquiera con un móvil puede fabricar una captura falsa de una playlist, de un mensaje, de una foto íntima. La desinformación es moneda corriente, y distinguir la verdad del engaño se vuelve cada vez más arduo. El resultado: un frenesí de datos que aportan poca claridad pero mucho morbo, una especie de “ruido blanco” que erosiona la comprensión de la realidad.

El año 2024 ha estado marcado por el término “brain rot”, escogido por el Oxford Dictionary para resumir el efecto negativo de la sobreexposición a contenidos incontrolados en redes. El caso Mangione es un buen ejemplo: antes de que se presenten pruebas ante un tribunal, antes de que la autopsia, el sumario judicial y las declaraciones oficiales aclaren la situación, la opinión pública se contamina con teorías, memes, conspiraciones y romance. Mangione, como criminal pop, se convierte en un producto de consumo inmediato: el “Luigi del crimen” que desafía al sistema, y a la vez, desata suspiros.

En este contexto, voces expertas como las de la autora del podcast Criminopatía, Clara Tiscar, o las de las creadoras de contenidos de true crime, como Las amigas estupendas (Virginia de la Cruz y Estela Cebrián), recomiendan cautela. Sugieren contrastar información con comunicados policiales, informes forenses y medios serios, como The Washington Post. De lo contrario, la sobreabundancia informativa no hace más que crear héroes y villanos imaginarios.


Comprender sin justificar

¿Qué hacer ante esta fascinación por el asesino? Entender las razones psicológicas puede ser útil, pero no debe confundirse con justificar la violencia. Como señala Tiscar, comprender las razones de quien mata puede generar empatía, sobre todo si la víctima es percibida como despreciable, pero eso no hace que el asesinato sea aceptable. Por su parte, Virginia de la Cruz es más tajante: “Luigi Mangione es una persona horrible que ha elegido asesinar a otro ser humano, no hay defensa posible. Pero el cerebro humano siempre busca narrativas convenientes”.

Esta necesidad humana de crear historias coherentes lleva a muchos a interpretar el crimen de Mangione como la venganza de un justiciero contra el sistema de salud estadounidense. Mientras más detalles se añaden —dolores de espalda del asesino, la opresión de las aseguradoras— más fácil es ponerse del lado del criminal. Y si, además, el criminal es guapo y su figura resulta atractiva, la empatía se dispara, incluso hasta niveles moralmente cuestionables.

La atracción por el homicida en la era del true crime

La popularidad del género true crime, impulsada por podcasts, documentales y series, ha contribuido a normalizar cierta curiosidad por el criminal. Entender el caso, reconstruir los hechos, pensar en el porqué. Cuando la víctima es alguien con poder, el público puede decantarse por la figura del asesino. Esto no es nuevo, pero la cultura digital lo lleva al extremo: antes, el grupo de fanáticas que admiraba a Ted Bundy tenía acceso limitado a información, debían escribir cartas y esperar respuesta. Hoy, con unos pocos clics, cualquiera puede seguir la “investigación” colectiva, sumarse a foros, subir fanarts o memes, expresar su atracción o su admiración sin filtro.

Es el caso no solo de Mangione, sino del brasileño Tiago Henrique Gomes da Rocha, que con 39 víctimas reconocidas, atrajo a admiradoras que hacían fila para visitarlo en prisión. O el de Wade Wilson, el “asesino guapo” por quien se pedía clemencia basándose en su apariencia. Estos sucesos siguen un mismo patrón: el asesino se convierte en objeto de deseo, la cárcel en un escenario romántico, la transgresión en elemento erótico.

Un espejo oscuro de la sociedad

La fascinación hacia Mangione y otros criminales refleja las tensiones, contradicciones y desvaríos de nuestro tiempo. Por un lado, vivimos en sociedades supuestamente más informadas, más críticas y con mayor acceso a fuentes serias. Por otro, nos dejamos llevar por historias simplificadas, relatos en redes que exaltan al victimario si esto encaja con nuestras narrativas internas. En un mundo de excesos, saturado de informaciones, distraído por el espectáculo, el asesino puede parecer el personaje más real y humano, el que despierta curiosidad y emoción. Y esto, lejos de ser una anécdota, nos confronta con una pregunta incómoda: ¿qué dice de nosotros, como cultura, el hecho de que algunos asesinos se conviertan en ídolos?

Como subraya la psicóloga criminal consultada por numerosos analistas del true crime, el asunto no es banal. La fascinación puede ser síntoma de una sociedad desorientada, donde la línea entre la realidad y la ficción se diluye. El impacto de las plataformas de streaming (con series sobre Dahmer que generan hordas de admiradores), la influencia de las redes sociales (que multiplican rumores sobre Mangione en tiempo real) y la débil cultura mediática (con periódicos sensacionalistas que convierten en noticia cualquier tuit) configuran un ecosistema propicio para el auge del “asesino con carisma”.


El día después: ¿qué pasará con Mangione?


Es imposible predecir el desenlace de la historia de Luigi Mangione. Quizás un juicio minucioso presente pruebas irrefutables y lo condene a largas décadas de prisión. Tal vez se demuestre que su implicación fue menos clara de lo que ahora se cree. En todo caso, cuando las evidencias forenses, los sumarios judiciales y las declaraciones policiales cobren mayor peso, las redes ya habrán forjado una imagen mítica del personaje. El resultado podría ser un mito más en el panteón de asesinos célebres.

Mientras tanto, internet seguirá alimentando la figura de Mangione. Algunos admirarán su “valentía” al enfrentarse a un sistema opresivo, otros se burlarán de esa idealización, recordando a la sociedad que un crimen es un crimen, y que detrás del halo carismático hay una muerte real, un vacío, una familia que ha perdido a un ser querido. La complejidad del fenómeno obliga a recordar que ni el atractivo físico ni el presunto idealismo justifican la violencia.
 
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