
La idea de que asesinos en serie estén conduciendo camiones de larga distancia por las carreteras de Estados Unidos, acechando víctimas en su trayecto, resulta tan aterradora como difícil de rastrear. Sin embargo, diversas investigaciones periodísticas y una iniciativa específica del FBI, llamada Highway Serial Killings Initiative (Iniciativa de Asesinatos en Serie en las Carreteras), han demostrado que esta posibilidad es tristemente real. Según datos compilados a lo largo de casi dos décadas, alrededor de 850 asesinatos de mujeres —sobre todo con estilos de vida itinerantes o relacionadas con el comercio sexual— podrían estar vinculados a camioneros de largas distancias. En la actualidad, cerca de 200 de esos casos permanecen sin resolver, lo que sugiere que varios depredadores continúan en libertad.
El ex agente del FBI Frank Figliuzzi, quien se retiró en 2012 como subdirector de contrainteligencia de la agencia, expuso con detalle este fenómeno en su libro Long Haul: Hunting the Highway Serial Killers. Con el propósito de comprender a fondo cómo operan estos agresores, Figliuzzi se propuso experimentar de primera mano la vida de un camionero de larga distancia. Viajó durante días con un conductor, compartiendo la cabina, las duchas en las paradas de camiones y, en general, el aislamiento que define la cotidianidad de muchos de estos profesionales. Su conclusión, que a primera vista sorprende, es que precisamente el contexto —el aislamiento, las condiciones de trabajo y la facilidad para cruzar múltiples jurisdicciones— brinda a los asesinos que eligen esta ocupación una oportunidad casi inmejorable para perpetrar sus crímenes.
Una doble realidad en el transporte de carga
Se estima que Estados Unidos cuenta con más de 4 millones de camiones de tipo semirremolque en circulación y, según algunos datos, entre 300.000 y 500.000 de ellos se dedican al transporte de larga distancia. Por supuesto, la inmensa mayoría de los camioneros son trabajadores honrados y fundamentales para la cadena de suministro del país. Ellos entregan bienes básicos, conectan regiones, y pasan largas jornadas lejos de sus familias para ganarse la vida. Sin embargo, dentro de ese inmenso grupo, un porcentaje minúsculo representa un claro riesgo: hombres violentos que encuentran en la carretera el escenario ideal para cometer delitos con escasas probabilidades de ser atrapados.
La Highway Serial Killings Initiative, comenzada de manera formal en 2009, recopiló datos sobre víctimas asesinadas cerca de carreteras interestatales en Estados Unidos. En su mayoría, las víctimas eran mujeres con vidas inestables: desde fugitivas o personas con adicciones, hasta trabajadoras sexuales cuyos clientes se encontraban con frecuencia en paradas de camiones. Estas mujeres suelen contar con pocas redes de apoyo y, a menudo, pasan desapercibidas para los registros policiales tradicionales. De acuerdo con Figliuzzi, las fuerzas del orden comenzaron a detectar patrones en torno a estos casos: las víctimas aparecían en lugares distantes del punto donde se las había visto por última vez, y muchos de los sospechosos potenciales eran camioneros que habían recorrido esas rutas durante el período en que se cometieron los crímenes.
Mecanismos de impunidad
¿Por qué la ocupación de conductor de larga distancia facilita la actividad de un asesino en serie? En primer lugar, el camión es un espacio privado y móvil. Un conductor puede recoger a alguien —voluntariamente o mediante coacción— en un estado, cometer el asesinato en otro y arrojar el cuerpo en un tercero. Así, las investigaciones locales se vuelven más complicadas, ya que deben involucrar a múltiples departamentos de policía y quizás a la patrulla estatal de varios estados. Suele suceder que las fuerzas del orden de una jurisdicción carezcan de los recursos o de la comunicación fluida con las agencias colindantes para coordinar la persecución de un caso, especialmente cuando las víctimas tienen un perfil que, desgraciadamente, pasa con frecuencia desapercibido.
En este tipo de crímenes, la “victimología” es fundamental para entender cómo operan los agresores. Muchas víctimas se acercan a los estacionamientos de las paradas de camiones en busca de clientes o escapando de situaciones familiares críticas; en otros casos, hacen autostop para dirigirse a otro estado. Algunas viajan con un traficante o proxeneta que las obliga a la prostitución; otras se han independizado de sus hogares o huyen de entornos violentos. Sea cual sea la razón, la mayoría de estas personas no deja tras de sí la clase de rastro que un turista convencional podría dejar —no hay reservas de hotel, ni boletos de transporte claro, ni familiares que sepan exactamente dónde se encuentran—. Una vez que desaparecen, es mucho más difícil que alguien denuncie su ausencia, e incluso es posible que transcurran semanas o meses antes de que sus cuerpos sean hallados, muchas veces en áreas rurales o desérticas.
El papel de la iniciativa del FBI
El FBI, al comprender la magnitud del problema, puso en marcha la Highway Serial Killings Initiative con el objetivo de centralizar la información de miles de homicidios y desapariciones que encajaran en los criterios de “asesinatos en las carreteras”. Esta base de datos, también denominada Violent Criminal Apprehension Program (ViCAP), permite a analistas criminales comparar modus operandi, perfiles de víctimas, indicios de la escena del crimen y rutas de camiones. No se trata simplemente de emparejar descripciones superficiales, sino de trazar vínculos complejos —por ejemplo, cotejar datos de GPS de un conductor con fechas y ubicaciones de cuerpos hallados—.
Sin embargo, a pesar del éxito inicial en la vinculación de varios casos, el programa fue descontinuado. Esto ha generado críticas tanto de ex agentes como de académicos y activistas, quienes señalan que sin una herramienta nacional que centralice e integre la investigación, resulta mucho más difícil identificar asesinos que operan sin fronteras estatales. La carencia de un mecanismo de coordinación clara hace que muchos casos se dupliquen o simplemente se ignoren. Además, la efectividad de la iniciativa depende de que las agencias locales introduzcan sus datos al sistema. Si por razones de recursos o desconocimiento omiten hacerlo, se pierden oportunidades de conectar casos que podrían conducir a un mismo perpetrador.
Perfiles y factores de riesgo
Figliuzzi señala que no hay un solo tipo de camionero que se convierta en asesino en serie, pero algunos rasgos pueden predisponer a la violencia. El trabajo en sí es solitario y, a veces, físicamente y mentalmente extenuante: muchas horas al volante, mala alimentación, escaso descanso y a menudo la necesidad de recurrir a estimulantes. Alguien con problemas de salud mental o impulsos violentos latentes podría encontrar en ese aislamiento y en la ausencia de control directo el caldo de cultivo perfecto para desbordar sus pulsiones. Dicho de otra forma: si un individuo ya tiene tendencias psicopáticas o antisociales, la combinación con el estilo de vida nómada, la posibilidad de no interactuar con jefes o compañeros, y el acceso a paradas de camiones sin supervisión puede magnificarlas.
Por otro lado, las víctimas —muchas de ellas vinculadas a la trata de personas— enfrentan una desventaja de poder abismal. No solo están forzadas a vender servicios sexuales en paradas de camiones o moteles baratos, sino que en ocasiones los propios proxenetas las controlan con amenazas o violencia extrema. A menudo, temen acudir a la policía por miedo a ser arrestadas o deportadas si no tienen un estatus legal en el país. La combinación de vulnerabilidad e invisibilidad resulta perfecta para que un asesino ataque sin que el crimen sea priorizado por las autoridades.
Posibles soluciones
Las propuestas para mitigar este fenómeno incluyen mejorar la regulación de las empresas de transporte, de modo que se realicen verificaciones de antecedentes más estrictas a los aspirantes a conductor, y brindarles más apoyo en salud mental y condiciones de descanso. Algunas compañías están incorporando tecnologías de rastreo minuciosas y supervisiones más estrechas, lo que podría disuadir comportamientos delictivos si los conductores saben que sus movimientos están vigilados. Sin embargo, estas medidas exigen recursos que muchas empresas pequeñas —o dueños-operadores individuales— no pueden costear con facilidad.
Del lado de las víctimas, las iniciativas sociales son esenciales. Organizaciones como Truckers Against Trafficking (TAT) han venido capacitando a choferes de camiones para reconocer señales de trata y denunciar situaciones sospechosas en paradas de descanso. Que sean los propios camioneros quienes estén alerta y apoyen a las fuerzas del orden es un paso trascendental. Aun así, el problema persiste: la demanda sexual y la precariedad económica impulsan la circulación de víctimas. Muchas mujeres —y también hombres— se encuentran atrapadas en redes de proxenetismo que las trasladan de un estado a otro, dificultando la tarea de rastreo.
Finalmente, la concienciación pública resulta vital. Figliuzzi enfatiza que, si las personas entendieran mejor este fenómeno, podrían presionar a sus representantes y departamentos de policía locales para invertir más en la prevención y en la atención integral de las víctimas. Solo si se reanuda o se reformula una iniciativa sólida a escala nacional, con la participación de entidades federales y la colaboración de agencias estatales y locales, se podrá poner freno a una amenaza que, a pesar de su relativa invisibilidad, se ha cobrado cientos de vidas.
En definitiva, la noción de que asesinos en serie circulan en camiones semirremolque, atravesando estados y valiéndose de las grietas en la jurisdicción policial para cometer sus crímenes, puede parecer casi sacada de una película de terror. Pero es una realidad documentada que el exagente del FBI Frank Figliuzzi y muchos otros investigadores de campo han sacado a la luz. Conocer la magnitud del problema y apoyar la búsqueda de soluciones es un primer paso indispensable para dar voz a las víctimas —muchas de las cuales ya no pueden relatar sus historias— y para proteger a quienes todavía están en riesgo en las carreteras de todo el país.