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Siete años del triple crimen de Igor el Ruso en Andorra: las heridas siguen abiertas

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14 de diciembre de 2024. Siete años han transcurrido desde que el criminal serbio Norbert Feher, conocido como Igor el Ruso, acabó con la vida de dos guardias civiles, Víctor Romero Pérez y Víctor Jesús Caballero Espinosa, y del ganadero José Luis Iranzo Alquézar en la localidad turolense de Andorra. A pesar del tiempo transcurrido y de la condena a prisión permanente revisable que recayó sobre el asesino, la sociedad local, las familias de las víctimas y el conjunto del medio rural en Aragón siguen sin encontrar el sosiego que merecen.

Aquella jornada de diciembre de 2017 marcó un antes y un después en la comarca. Las alarmas habían sonado nueve días antes, cuando Igor el Ruso hirió a dos vecinos en Albalate del Arzobispo. Sin embargo, y a pesar de las denuncias y la búsqueda, no se logró su detención a tiempo. El resultado fue devastador: tres vidas segadas, un miedo latente en la población y demasiadas preguntas sin respuesta. En los meses y años posteriores, las familias de las víctimas y la sociedad civil reclamaron explicaciones e investigaciones adicionales para esclarecer las posibles fallas en el operativo de seguridad. Pero, hasta hoy, la transparencia no ha brillado con la intensidad esperada.

La figura de José Luis Iranzo, ganadero y referente del sindicalismo agrario, simboliza las esperanzas truncadas y la pérdida irreparable. Se trataba de un hombre comprometido con su tierra y el futuro del medio rural. Sus allegados y las organizaciones agrarias que admiraban su liderazgo todavía lamentan que su muerte no haya propiciado las mejoras sustanciales que buscaban: más presencia, prevención y medios en el entorno rural; más garantías para los profesionales del campo que, como él, trabajaban muchas veces en la más absoluta soledad.

A las dudas sobre la actuación policial previa a los asesinatos se suman incógnitas que nunca se han aclarado del todo. Documentos, pistas y posibles conexiones internacionales que podrían haber arrojado luz sobre el viaje de Feher desde Italia hasta la provincia de Teruel han quedado en vía muerta. Asimismo, existe el amargo convencimiento de que ciertos errores de coordinación, información o falta de medios contribuyeron a que el exmilitar serbio actuase con una impunidad que jamás debió haber tenido.

Las familias denunciaron al Estado con el fin de depurar responsabilidades y lograr indemnizaciones justas. Sin embargo, se encontraron con la negativa de la Administración, que argumentó que la muerte de los tres hombres se debió exclusivamente a la acción criminal de Feher. Pese a presentar recursos y a llevar el caso incluso más allá de las fronteras españolas, las víctimas no han conseguido que se reconozcan, al menos en parte, las fallas del sistema. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos no admitió su demanda, dando por finalizada una lucha legal que buscaba más verdad, justicia y transparencia.

La tragedia, en cambio, no se apaga con silencios oficiales ni con el paso de las hojas del calendario. La comunidad andorrana y bajoaragonesa vive con el recuerdo doloroso de aquella noche. Con las muertes de Romero, Caballero e Iranzo se perdió más que tres valiosas vidas: se quebró la confianza en las instituciones y la esperanza de encontrar consuelo a través de la verdad. El trauma se hereda de generación en generación cuando no se cierran las heridas. Y, en este caso, la cicatriz sigue abierta, desamparada, porque no se han reconocido ni subsanado plenamente los errores cometidos.

Hoy, con las luces navideñas encendiéndose en los pueblos de la zona, el temor y la rabia siguen presentes. Vecinos, familiares y amigos continúan preguntándose cómo fue posible, cómo se pudo haber evitado y por qué no se asume la más mínima responsabilidad. La condena a prisión permanente revisable de Igor el Ruso garantizó el fin de su letal carrera delictiva, pero no trajo el sosiego esperado a quienes quedaron atrás. Falta el cierre que otorga la verdad plenamente compartida.

Siete años después, la zona rural de Teruel se siente sola ante su memoria y sus miedos, con la impresión de que los días transcurridos no han deshilvanado las dudas ni el dolor. En Andorra, en Albalate, y en cada rincón donde se habló y se lloró por estos crímenes, el tiempo no ha sido el gran sanador. Solo la honestidad, la transparencia y un compromiso real con la mejora de la seguridad rural, así como con el reconocimiento de los posibles fallos, permitirán que algún día se pueda vivir en paz con el recuerdo de Víctor Romero, Víctor Caballero y José Luis Iranzo. De momento, el desamparo y la indignación siguen al acecho, recordando cada 14 de diciembre que hay historias que no cicatrizan sin la verdad.
 
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