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Miguel Carcaño: la rutina en prisión del asesino de Marta del Castillo

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A las seis de la mañana, el módulo en el que reside Miguel Carcaño se pone en marcha. Como la gran mayoría de internos, él se despierta pronto y se prepara para su jornada de trabajo en la panadería de la cárcel. Las tareas comienzan temprano, y a Carcaño le toca amasar harina, hornear el pan que cada día consumen los demás reos e incluso preparar magdalenas. Con ello obtiene una pequeña remuneración –unos 500 euros mensuales– y cotiza a la Seguridad Social, algo que para muchos presos es su primer empleo formal.

Pese a que lleva casi la mitad de su vida entre rejas, aún sorprende a quienes le conocen lo mucho que ha cambiado desde su llegada:

“Cuando entró era un chico que apenas había salido de la adolescencia. Hoy tiene 36 años y se le ve más maduro, aunque en el fondo mantiene esa mirada esquiva”, comentan algunos funcionarios.

Compañeros de celda y terapias conjuntas


Su día a día transcurre en un entorno habitado por algunos de los delincuentes más peligrosos y mediáticos de España. Durante un tiempo, Miguel Carcaño compartió celda con José Bretón, el hombre que asesinó a sus propios hijos, y ha coincidido en sesiones de terapia con Sergio Morate –condenado por matar a dos jóvenes en Cuenca– y con otros reclusos famosos por crímenes que conmocionaron al país.

En las terapias grupales, el ambiente es tenso. Muchos de estos reos se muestran reacios a hablar de lo que hicieron o de cómo lo hicieron. Carcaño, en particular, ha mantenido un silencio casi absoluto respecto a lo que tantas veces se le ha preguntado: la localización exacta del cuerpo de Marta del Castillo. De vez en cuando, algún psicólogo intenta indagar en ese tema, pero siempre se topan con la misma respuesta enigmática o con evasivas que llevan a la sala un aire de frustración.

Un carácter más retraído


Quienes conversan con él describen a un hombre más silencioso que antes, “menos hablador” y muy distinto al joven que entró en prisión en 2009. Las negativas constantes a sus peticiones de permiso penitenciario –se habla de más de cuarenta solicitudes rechazadas– han contribuido a forjar un carácter taciturno. Las autoridades de la cárcel y los jueces competentes consideran que no hay razón para aprobar beneficios de salida cuando no se ha mostrado un arrepentimiento real ni se ha colaborado en la búsqueda de Marta.

La nueva pareja que aguarda en el exterior
Otra de las incógnitas que rodean a Carcaño es su relación sentimental. Entre los reclusos se comenta que conoció a su novia de manera peculiar: ella es familiar de otro interno y coincidieron en las visitas. Desde entonces han mantenido contacto, y el asesino confeso de Marta del Castillo ha alegado en repetidas ocasiones que desea pasar tiempo con ella al salir de la cárcel, lo cual habría motivado muchas de sus solicitudes de permiso. Sin embargo, nada de esto ha sido suficiente para que los jueces consideren que cumple las condiciones necesarias para concederle una salida temporal.

El horizonte de 2030


Aunque el calendario le acerca poco a poco a su posible fecha de puesta en libertad, programada para mayo de 2030, Carcaño afronta cada día la misma incertidumbre: las probabilidades de que se le otorgue algún beneficio antes de cumplir toda la condena son muy escasas. El recuerdo constante de la familia de Marta, que sigue sin un lugar donde llevarle flores, pesa sobre cualquier análisis judicial. El hecho de que nunca haya colaborado para que el cuerpo de la joven sea hallado mantiene vivo el rechazo social hacia él e impide que prospere su reinserción más allá de las murallas de Herrera de la Mancha.

“Mientras no se sepa dónde está Marta, no habrá salida anticipada”, aseguran fuentes judiciales. Una sentencia que parece haber calado en un Miguel Carcaño más cauto y maduro. Queda por ver si, en algún momento de los cinco años que le restan, decide romper su mutismo para aliviar, aunque sea un poco, el dolor de quienes siguen buscando incansablemente a la joven que un día desapareció. Y mientras tanto, cada madrugada seguirá poniéndose en pie para hornear pan y magdalenas, cumpliendo una rutina monótona que, paradójicamente, es la única vida que conoce desde hace dieciséis años.
 
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