Juan Francisco, español, es aparentemente poca cosa. Dicen quienes le conocen que su apariencia es la de un adolescente menor de edad, que parece no ha roto un plato, aunque tiene las manos manchadas de sangre. En realidad, tiene 20 años físicos, de cabeza puede que muchos menos. Su padre, Fernando, vigilante de seguridad, alega que padece una minusvalía mental severadiagnosticada y que probablemente no sea consciente de sus actos: es decir, inimputable.
Por esa razón los investigadores le han pedido a Fernando que les acompañase en la detención de su hijo: una cuestión de prudencia y exquisitez, para no vulnerar ninguno de sus derechos fundamentales. El joven, delante de su progenitor, ha confesado a su manera. Asegura que él no ha sido: «Lo ha hecho mi otro yo. He visto cómo me robaba la cara. Tenía mi rostro y mi cuerpo y ha apuñalado al niño, pero yo no he sido».
Desde el principio ha estado claro para todo el mundo que el criminal era del pueblo. Lo decían los propios vecinos: «Para colarse en el campo de futbol hay que pasar dos vallados. El exterior y el propio del terreno de juego. Había dos agujeros, uno en cada vallado. Pero son casi invisibles al ojo si no te fijas. Hay que conocerlos para colarse hasta dentro».
Semejante dato limitaba mucho el círculo de sospechosos. Básicamente a los jóvenes del pueblo. Los testigos no le habían reconocido, lo que despistó un poco. ¿Sería de fuera? Los testimonios fueron vitales. Un grupo de chavales de 16 años, que se habían colado en las instalaciones, observó cómo Juan Francisco se les acercaba, pero no llegó a hablarles o a interactuar con ellos. Se acercó y se fue. Dicen ellos que les pareció que llevaba algo metálico en la mano, pero sin determinar que fuera un cuchillo.
Juan Francisco se aproximó entonces a los menores. Ellos también se habían colado en el campo de fútbol. Dicen sus familiares, que los niños pensaron que les iban a reñir por haber entrado sin permiso en las instalaciones: corrieron para evitar la bronca, no porque vieran un cuchillo. Juan Francisco atacó al que se quedó más rezagado, Mateo. Sin mediar palabra, porque sí.
Lo mató y a partir de aquí comienzan las mentiras. Es falso de solemnidad que huyera en un coche. Aún así el bulo circuló a la velocidad de la luz: marca del vehículo, modelo, color e incluso matrícula. Un despropósito muy perjudicial, dicen fuentes de la Benemérita, que han trabajado sin descanso para dar con el responsable de la muerte.
Lo cierto es que el asesino caminó hasta la casa de su abuela. Varias cámaras de seguridad le graban andando tranquilo, alejándose del lugar. Estás imágenes han sido básicas para que el grupo de Policía Judicial de Toledoresolviese tan diligentemente el caso. Básicamente porque el asesino no salía de casa y no se relacionaba con nadie, por eso eran pocos vecinos los que le conocían y ponían cara. Sin esas imágenes habría sido mucho más complicado engrilletarlo con tantísima celeridad.
Incierto es también que Juan Francisco se ocultase en el cementerio durante horas. La casa de abuela está cerca, pero el asesino confeso no se aproximó al campo santo. Llegó a la casa y allí esperó a que su padre pasase a recogerlo. El padre ha explicado en su entorno, se supone que también a la Guardia Civil, que acudió a recogerlo para ir juntos a misa. Así lo hicieron en teoría. Horas después fue detenido todavía en el pueblo, aunque Juan Francisco vivía a caballo entre Mocejón y Madrid, donde reside su madre con su hermano menor de edad.
Durante su confesión no solo ha explicado que su cuerpo se desdobló en un inocente (él) y un asesino (el otro con su cara), sino que el inocente señaló donde el su yo criminal se había deshecho del arma: en una acequia. El Geas, Grupo Especial de Actividades Subacuáticas, la ha buscado sin descanso, pero el barro y el lodo les ha impedido localizarla. Esta mañana de martes está previsto que sigan buscando.