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¿Hay que poner límites al ‘true crime’?

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¿Tendencia? ¿Moda? ¿Morbo? Las cadenas de televisión han encontrado en los documentales y las series basadas en crímenes reales alimento para sus parrillas. El caso Asunta recoge la historia de la niña de 12 años encontrada sin vida en Santiago de Compostela en 2013, o El cuerpo en llamas, inspirada en el asesinato del guardia urbano en 2017, son algunos de los últimos ejemplos

Vicente Garrido Genovés, catedrático de Educación y Criminología en la Universidad de Valencia, define así el true crime: “Es un género narrativo en el que, ya sea de forma literaria o usando el lenguaje audiovisual, la trama se fundamenta en un crimen real, aunque no ha de ser necesariamente un asesinato, ya que se ha ampliado en los últimos años a otras formas delictivas y a otros aspectos del proceso penal y del sistema de justicia, como las víctimas, la actividad policial o el funcionamiento de los tribunales. También vemos hoy en día productos true crime sobre delitos de Estado, trata de mujeres o fraudes por empresas con mucho poder, entre otras formas delictivas”.


Autor del libro True crime: La fascinación del mal, Garrido considera que “tenemos una tendencia innata a prestar mucha atención a los actos que implican engaño y violencia, ya que detectarlos es primordial para nuestra supervivencia”. Distingue el criminólogo entre los documentales y las obras de ficción basados en casos reales. “Estas, por definición —señala—, introducen elementos que son solo imaginados por los creadores de la obra, ya que han de construir un armazón dramáticamente interesante para el espectador. Un documental, en cambio, se debe más a la veracidad de los hechos, aunque también emplea fórmulas dramáticas en su realización porque ha de contar una historia que tenga sentido y atrape al espectador. Dicho esto, hay obras de ficción que resultan más auténticas que algunos documentales, porque aunque se introducen elementos ficcionales la verdad de lo que cuenta es más ‘real’, ya que es capaz de recoger los aspectos esenciales de los hechos reales”.

Sobre la conveniencia o no de limitar el true crime, Garrido Genovés, plantea una serie de dudas: “Es un tema complejo; yo lo comprendo, ¿quién no? Pero me gustaría escuchar a los artistas: literatos y productores de series. ¿Hay que pedir permiso a las víctimas supervivientes de un asesinato (o de varios)? Creo que si se aplica un código ético podríamos hallar una salida: no glorificar al asesino, tratar con respeto y dignidad a la víctima, evitar que el asesino se beneficie económicamente de su participación, ser veraz y ofrecer un producto de calidad que ayuda al espectador a reflexionar sobre las cuestiones humanas y sociales que envuelven todo crimen”.

Este producto cumple la función de catarsis que se constata ya desde la tragedia griega. Los espectadores pueden olvidarse de su existencia mezquina, sobre todo en periodos de crisis. Recuerda Arranz que el juez argentino Eugenio Raúl Zaffaroni, autor de Crímenes de masa (2010) y La cuestión criminal (2012), sostenía que “los crímenes mediáticos son necesarios para que el ser humano se refleje en las desgracias de otro, y a partir de ahí, intentar validar su propia existencia o disuadir las propias dudas que pudiera tener sobre su acción”.

A la gente le gusta escarbar en las desgracias de los demás —dice Arranz— y las plataformas audiovisuales se han percatado de que el formato del documental es mucho más barato que la ficción. No es lo mismo juntar un elenco de actores, escribir un guion o contratar a una productora para hacer Velvet. Es normal, entonces, que explote el género. A partir de aquí, no sé si queda algún loco o asesino en España al que no lo hayan hecho un serial”.

 
Siempre ha existido la novela negra, las series policiacas… ¿Por qué ponerle límites al true crime?
No creo que se deba censurar la realidad que vivimos, vamos prácticamente a un asesinato al día, creo que el true crime debería servir para dar foco especialmente a casos sin resolver en un estado que a mi juicio se investiga poco y mal.

Coincido con Patricia Ramírez, la madre de Gabriel Ruiz, en que no todo vale. Una asesina no debería lucrarse por participar en un documental y sacar rédito económico de un acto así, incluso aunque lo hiciese sin motivación económica y sí por afán de notoriedad, deberían filtrarse ciertos detalles que pudiesen hacer daño a la familia de la víctima. Pero también creo que hay familias deseosas de que se les haga un poco de caso para arrojar luz a “la investigación” que les de un culpable del asesinato de su familiar o conocer el paradero de su familiar desaparecido. Ellos no tienen un final.
 
Siempre ha existido la novela negra, las series policiacas… ¿Por qué ponerle límites al true crime?
No creo que se deba censurar la realidad que vivimos, vamos prácticamente a un asesinato al día, creo que el true crime debería servir para dar foco especialmente a casos sin resolver en un estado que a mi juicio se investiga poco y mal.

Coincido con Patricia Ramírez, la madre de Gabriel Ruiz, en que no todo vale. Una asesina no debería lucrarse por participar en un documental y sacar rédito económico de un acto así, incluso aunque lo hiciese sin motivación económica y sí por afán de notoriedad, deberían filtrarse ciertos detalles que pudiesen hacer daño a la familia de la víctima. Pero también creo que hay familias deseosas de que se les haga un poco de caso para arrojar luz a “la investigación” que les de un culpable del asesinato de su familiar o conocer el paradero de su familiar desaparecido. Ellos no tienen un final.
Precisamente los límites vienen por lo que comentas en el último párrafo. No se puede comparar una novela policíaca y su contenido con el sufrimiento que puede provocar a una familia guionizar el asesinato de una víctima.

Las familias de los desaparecidos precisan luz mediática, es cierto, pero rara vez cuentan con un Netflix que se fije en su desgracia. Suele ser al contrario, las historias con un final mediatizado son las futuras novedades del catálogo de las plataformas de streaming.
 
Precisamente los límites vienen por lo que comentas en el último párrafo. No se puede comparar una novela policíaca y su contenido con el sufrimiento que puede provocar a una familia guionizar el asesinato de una víctima.

Las familias de los desaparecidos precisan luz mediática, es cierto, pero rara vez cuentan con un Netflix que se fije en su desgracia. Suele ser al contrario, las historias con un final mediatizado son las futuras novedades del catálogo de las plataformas de streaming.
¿Hasta qué punto la madre de Gabriel puede parar una serie o decir de lo que se puede o no se puede hablar?

Otra cosa distinta es que haya un beneficio económico o de algún tipo por la persona que acabó con la vida de su hijo. Eso pienso que jamás debería suceder.
 
¿Hasta qué punto la madre de Gabriel puede parar una serie o decir de lo que se puede o no se puede hablar?

Otra cosa distinta es que haya un beneficio económico o de algún tipo por la persona que acabó con la vida de su hijo. Eso pienso que jamás debería suceder.
Por supuesto que no puede decidirlo. Pero si puede expresar que no quiere que se haga. El carácter lucrativo tampoco se puede negar. Se comercializa con las historias, parece normal que las familias vayan contra esto. Es el otro lado de la moneda de la mediatización de los casos.
 
¿Hasta qué punto la madre de Gabriel puede parar una serie o decir de lo que se puede o no se puede hablar?
En el momento en que la ley la legítima a promover las acciones legales oportunas sobre lo que le pueda suponer un menoscabo a su integridad moral, intimidad y a la reparación y sanación del daño infringido por quien pretende lucrarse a costa de un macabro suceso.

El supuesto documental de la asesina va más allá de lo mínimamente noticiable, va del morbo a la mercantilización del sufrimiento de una familia y eso en todo caso sobra.
 
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